martes, 16 de marzo de 2010

Frascos, Andrea.

Frascos, Andrea

Andrea estaba confundida, había pasado toda la tarde buscando una dirección, cuando por fin la encontró se sorprendió al ver que no era la tienda de ropa que le prometieron sino un museo, El museo de cristal.

La duda ¿Sería bueno que entrará ahí?¿acaso era necesario que entrará a ese lugar? Pero algo en su corazón le dijo que ese era el lugar correcto, era donde tenía que estar.

Asustada entró al viejo edificio y contempló cada vitral de la entrada, extrañamente le recordaban pasajes de su vida. En la caja no había nadie que cobrará, así que entró sin más preocupación. El pasamanos y la escalera eran de cristal finamente tallados, pero al paso de cada escalón se volvía cada vez más brusco el tallado, hasta tener picos filosos que desgarraban hasta los zapatos de Andrea. Al final de la escalera se encontró con un corredor lleno de puertas, todas con nombres indescifrables, trato de abrir una por una pero era inútil todas estaban cerradas, 1000 puertas intento de abrir, hasta llegar a la 1001, al tallar la puerta descubrió que estaba su nombre. Andrea no pudo evitar sentir miedo, pero a pesar de eso, giró la perilla.

Al entrar descubrió miles de estantes, llenos de frascos, algunos grandes, algunos chicos. Los primeros tenían la inscripción “Tristeza” eran 99 frascos llenos de un liquido transparente, los siguientes eran 121 frascos con la inscripción “Enojo” y los últimos eran 3 frascos con la inscripción “Felicidad”. Abrió uno de los frasco, un olor acido salió de ahí, al tocar el liquido y llevar su dedo a la boca por accidente percibió un sabor salado. Andrea pensó durante varios minutos qué era lo que contenían los frascos. Sólo pudo encontrar una respuesta, una respuesta que alteraría cualquier sensación anterior a ese momento.

Eran sus lágrimas, ellas y sólo ellas. Las lágrimas que había derramado toda su vida. Miró con desilusión que las lágrimas de alegría eran insignificantes ante las lágrimas de tristeza y enojo. Eran nada, ¿qué había hecho toda su vida, enojarse y estar triste? ¿pero si ella recordaba tantos momentos felices? ¿Acaso eran mas los momentos tristes y mucho más los de enojo?

Andrea tomó uno de los frascos de Felicidad, lo abrió y contempló, imaginado cada lágrima, cada momento al que pertenecían. Y al hacerlo, brotaron un sin fin de lágrimas, recordó su fiesta de tres años, su primera comunión, los tantos domingos con sus abuelos, los martes de futbol, los jueves de clase de piano, un sin fin de momentos. De pronto escuchó un ruido, asustada dejo caer el frasco, sin impórtale corrió por el corredor y se marchó del museo.

Al día siguiente paso de nuevo por la calle del supuesto museo y se encontró con la tan mencionada tienda de ropa, no había rastro del museo de cristal, nadie tenía idea de que hablaba.

Así Andrea dio rondas durante semanas, hasta que un día afuera de la tienda de ropa se encontró a un hombre con un frasco vacío, sin lágrimas. Bajo del taxi, y preguntó al hombre, ¿a dónde se ha ido el museo? El hombre respondió: "Mi bella Andrea ¿qué importa a dónde fue? ¿qué importa cuantos frascos eran? lo que importa es cuantos más piensas llenar y de qué manera"

El hombre le entregó el frasco. Andrea se quedó sin habla, llamó al siguiente taxi y partió a su casa, partió a vivir.

lunes, 8 de marzo de 2010

Nosotros, Histeria.

En algún lugar que no importa, Samuel a sus 12 años vio el mundo destruirse. No se debía al tan mencionado 2012, sino la avaricia humana.

Su madre se había ido a trabajar, dejándolo con su única amiga, la televisión, ninguno de los trecientos canales le llamaron la atención al joven Samuel, hasta que se topó con uno que su padre veía los viernes en la noche, el canal de la Histeria. Un presentador calvo, con una voz imperativa dijo:

"Si usted, usted que esta viendo este programa prepárese para ver La Doctrina del shock."

Samuel miró fijamente la pantalla, de pronto sintió pasar por su cuerpo unos impulsos eléctricos. El conductor decía:

- ""Prepárese para conocer el shock mental del neoliberalismo y el dominio del capitalismo, la economía y sus manipulaciones, el silencio y el maltrato, el pasado y el futuro."

Un impulso fuerte dominó su cuerpo, asustado cerro los ojos, así duró 30 largos segundo, para después abrir los ojos y descubrir la histeria y el shock.

Se encontraba caminado por los llanos chilenos, vio desaparecer cientos por aclamar sus ideas. Suspiró y encontró a los desaparecidos argentinos o al menos lo que quedaba de ellos. Respiró un poco más fuerte, vio a la tan nombrada reforma británica aplastar a los mineros . Exhaló y encontró las minas plantadas en el medio oriente.

Confundido trataba de calmarse, aquellas imágenes lo atormentaban. Suspiró una vez más y encontró al maldito lobo con dientes amarillos como los de Margaret Thatcher, orejas de chango sin ofender a Bush, un uniforme militar de Pinochet, un simpático sombrero estrellado de tío Sam y un falso acento ruso.

Samuel desesperado tomó un estandarte del sindicato, aclamó en contra del Lobo, pero no fue suficiente, necesitaba ayuda, gritó tan fuerte que sintió sus cuerdas vocales desgarrarse, de las lejanas llanuras vino un joven más pero tampoco lo escucharon, llamó a dos más pero tampoco los escucharon, llamó a tres más pero tampoco funcionó, llamó a cuatro más pero ni siquiera tuvieron oportunidad de gritar, así hizo 121 veces más. Pero sus esfuerzos fueron insignificantes, hasta que de las entrañas de la multitud llegó un niño de 12 años, el parecido con Samuel era inevitable, el niño tomó un destapacaños y golpeó en el hocico al Lobo para dejarlo noqueado. Del bolsillo sacó un frasco con la inscripción arsénico , lo abrió y lo tiró encima de este. Poco a poco la gente vio como se consumía el cuerpo del Lobo.

Los flashes de las cámaras invadieron la escena, todos se peleaban por tomar la última foto, eran tantos que Samuel no pudo evitar el pánico, cerró los ojos, 30 largos segundo escuchando los gritos de la multitud, al abrir los ojos, estaba nuevamente en su sala. Tomó el control, apago la televisión y se fue a dormir.

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Si me preguntan ¿por qué? respondo: “Doctrina del shock” documental a la vuelta de la esquina.

lunes, 1 de marzo de 2010

Macabrón, un cuento.

Había una vez una niña llama Edna, la cual carecía de sentido de la moda, usaba faldas tableadas y tenía un extraño corte de pelo en forma de casco. La noche de brujas se acercaba, Edna estaba muy emocionada, sin embargo su madre odiaba esa fiesta pagana, pero más odiaba el sonido del timbre y la frase “dulce o truco”. Por eso cada año le prohibía salir.

Ya llegado el día la madre de Edna, como era doctora salió a cubrir una emergencia, dejándola sola en la casa.

La oportunidad perfecta, su madre estaría en hospital y Edna podría repartir dulces un rato, para después a la llegada de su madre fingir dormir profundamente.

El único problema era la escasees de dulces en su casa, Sin embargo Edna no se pensaba quedar sentada, tomó los discos de su mamá y al escuchar el primer timbre, los empezó a regalar, al acabarse los discos, tomó las porcelanas de su madre y se las entrego al siguiente grupo, así hizo hasta dejar vacía la sala y comedor.

Como los niños seguían tocando, Edna decidió preparar algo de comida para regalar, tomó unos bombones, prendió la estufa, dejo la puerta abierta y los regalaba al paso. Todo iba bien hasta que Pedro, el vecino, de la casa 346 empezó a pelear con Joaquín, el vecino de la casa 219. Edna desesperada trato de separarlos, sin soltar el bombón flameado. Los niños en el forcejeo empujaron a Edna, haciéndola aventar el bombón. Lentamente todos los niños contemplaron el viaje del bombón a través de la cocina, el comedor, hasta llegar a las cortinas de a sala. Las llamas crecieron rápidamente, esparciéndose por la sala para después llegar al comedor. Los niños corrían desesperados, tratando de encontrar una salida.

Casualmente por la calle iba pasando un ex bombero, los niños que habían logrado salir, le pedieron ayuda. El hombre valientemente entro a la casa, sacó, uno por uno de los niños.

Entre el alboroto se escucho un grito –“¡Mi porcelana, que diga mi hija esta dentro!” - Era la madre de Edna.

Entre la llamas surgió el bombero con Edna en mano. La madre de Edna corrió a su encuentro, justo cuando la iba a tomar, el bombero interrumpió con una pregunta: "¿Es usted la madre de esta niña? ¿La dueña de la casa?" La madre respondió afirmativamente a amabas preguntas. El bombero suspiró y dijo: "Mi nombre es Jesús Pérez, ex bombero, pero actualmente trabajo para servicios infantiles, me temo que tendré que quitarle a la niña."

Y mientras las llamas extinguían lo último que quedaba de su casa, la irresponsable madre recibió una visita más, era un hombre de traje y corbata, con un portafolio rotulado con “seguros AVA” El hombre estaba ahí para informarle por falta de pago no le cubrirían nada.

Y así Edna partió a un mejor mañana de la mano del bombero.

FIN