martes, 26 de enero de 2010

Ellos, los de María.

María, los amaba tanto como a si misma. Ellos, rojos, relucientes a pesar de estar cubiertos por tela, con esas agujetas azules que encantaba a cualquiera. Suela de caucho tenían que al deslizarse por el cuarto anunciaban su llegada. No eran nuevos, pero se sentían como si lo fueran, no estaban en el mejor estado pero eso no importaba.

Ellos eran los guías de tantos viajes por el corredor, los héroes de tantas exploraciones a la azotea y por supuesto sus compañeros de aventuras, de mundos conquistados y misiones suicidas. Sin embargo, terminaron por desgarrarse, poco a poco, hilo por hilo, fueron deshilandose hasta dejar un pequeño hoyuelo en el costado, cual sonrisa agónica :(... A la pobre María le pareció escuchar como se lamentaban, incluso sintió como se retorcían de dolor.

A su mente sólo venía la idea, de que sus pobres "Papos" como le gusta llamarlos, estaban condenados a desaparecer. Poco a poco se desintegrarían y terminarían de la mano de su Madre en un triste y sombrío basurero. Pero María no lo permitiría, antes les ofrecería la opción de ser recordados de por vida, los lanzaría a los cables. Quedarían colgando, como tributo a todas aquellas niñas que alguna vez perdieron sus papos, que dejaron una parte de su niñez en cada hilo y en cada mancha.

Dejaron de ser totalmente rojos, para dejar ver a través de su sonrisa de lamentos :(.... Un pedazo del calcetín de María, blanco con los dedos pintados de amarillo, un poco desteñidos pero útiles.

LLevada por la desesperación de un trágico destino para sus compañeros, María corrió a la entrada de su departamento, donde los había dejado, pero se encontró con al sorpresa de que ya no estaban. -Era demasiado tarde- pensó, la mano sacrosanta de su madre había actuado.

Pero n grito interrumpió la imaginación de María, era su madre, se había pinchado con la aguja al apuñalar a sus pobre papos.

lunes, 25 de enero de 2010

Ni los cacahuates

Muerta, la quería muerta. Por eso le pegué con la piñata; con la esperanza de que los cacahuates que había dentro le causaran una reacción alérgica y se asfixiara en plena posada.

Toda la noche pensé sobre la oportunidad que ofrecían las colaciones: “Ándale y ándale no te dilates...con la canasta de los cacahuates”. 

Ojalá le tiraran encima la canasta, una de sus amigas de la vela perpetua.

Incluso, pasó por mi mente la opción de que, al ir en plena procesión con el nacimiento, un coche se atravesara y del susto le provocara un infarto fatal. Aunque con la suerte que tiene la maldita, la mujer, la víbora, seguramente reviviría, con todo y niño Jesús en la mano para después ser declarada la heroína de la posada. 

En la colonia era considerada una santa, una Madre Teresa más, aunque lo único parecido eran las arrugas y el olor a muerto.

Estaba cansado de ella y su sin fin de historias: ¡cómo no iba a tener anécdotas, si ella conoció al mismo Hittler! Con eso de que era compañera de litera de Ana Frank. ¡Por favor! lo más cerca que estuvo de ella, fue en una estantería al leer la sinopsis del libro.

Odiaba cada palabra, cada gesto, parecía nunca terminar. Alardeaba de sus buenos actos, de sus tantas obras de caridad.

Después de todas mis alucinaciones, planes disparatados y misiones suicidas, vi la oportunidad, no podía perderla. Llegó adornada de aluminio, cubriendo aquella bella hoya de barro, con sus siete picos, con listones de papel de china colgando de sus puntas: ¿acaso alguno simbolizaba el odio?

Cuando llegó mi turno, me prepare mentalmente para el mejor día de mi vida. Tomé la escoba, calculé mi fuerza y con toda mi rabia golpeé la piñata.

Salió volando y se le pegó en el rostro a la maldita. No podía con la emoción, la imagen recorre mi mente, una y otra vez. 

Al día siguiente fui al cementerio mandé hacer una lápida con la inscripción: "Aquí yace la maldita, que ni con un piñatazo te la quisiste llevar, cabrón" 


Mi suegra vive y feliz, yo divorciado e infeliz. Odiando a los cacahuates que tanto amaba.